Es por todos conocido, al menos para los paceños, que nuestra ciudad hace muy poco honor a su nombre, “La Paz”, no es precisamente un lugar donde exista mucha paz. Sin embargo, cada ciudadano está ya acostumbrado a caminar junto a una nueva manifestación cada día.
Precisamente, unos días antes de las fiestas julias, al recorrer el centro de la ciudad buscando un banco para realizar una transacción, me vi envuelta en una confusión total de sonidos. Primero los bocinazos de los minibuses que se encontraban en una densa trancadera, más arriba se encontraba descendiendo una gruesa marcha por las principales arterias de la ciudad, con los acostumbrados petardos, y finalmente un desfile municipal con su respectiva banda musical y una demostración de la tradicional cueca paceña. Todo ello en un mismo lugar, donde no se sabía si prestar atención a la marcha y conocer sus pedidos, disfrutar del baile de aquellos danzarines o ver el desfile de nuestras queridas Cebritas. Simplemente, nuestra mente está acostumbrada al caos regular y parecía que todos los peatones no se veían afectados ni un poco.
No obstante, hay días en que estas manifestaciones sociales no se encuentran mezcladas con eventos cívicos, si no que ya tienen un tinte violento. Como cuando al ir a trabajar me encontré con la marcha de los médicos, que fueron interceptados por los llamados “grupos de choque”. Grupos que no se limitan a vociferar cualquier peyorativo en defensa de su ideología, sino que proceden a lanzar artefactos en muchos casos contundentes como piedras, palos, petardos e incluso cachorros de dinamita, con el objetivo de desbloquear o limpiar las calles de aquellos ciudadanos que en muchos casos piden la atención a causas bien justificadas.
Y es inquietante ver que, cada vez que los ciudadanos quieren utilizar el derecho a la protesta, se vean asediados por estos grupos que utilizan una violencia extrema para imponer su posición y acallar a las demás voces. Muchos vecinos que presencian cada día las diferentes movilizaciones y marchas en las diferentes ciudades de nuestro país, ven como la policía actúa con una pasividad alarmante, ante los actos brutales de los ya mencionados grupos, y más bien detienen con bastante arbitrariedad a cualquier otra persona que se encuentre alrededor sea o no parte del conflicto, como lo vimos en los enfrentamientos con los cocaleros de Villa Fátima, en los pasados días. Enfrentamiento que, por cierto, lleva ya varios heridos, uno de ellos de gravedad y alrededor de una veintena de detenidos.
Todo ello me lleva a pensar, en lo que alguna vez me dijo un docente en las aulas universitarias: “…nuestros derechos terminan donde inician los derechos de los demás…”. Debemos empezar a pensar en nuestro país como un todo, un solo territorio en el cual nacimos y me permito reflexionar sobre el tema, ya que hace unos días nuestro hermoso país cumplió un año más de independencia, entre conflictos y hechos violentos que ensombrecen cualquier festejo. Es triste que nuestro corazón palpite como uno solo, durante un día y que en el resto de días la violencia impere. Para que el país avance los bolivianos debemos vernos desde fuera y creer en el potencial que tenemos para desarrollar juntos y no ampliar las brechas que nos separan, como la violencia que en lugar de resolver, profundiza más los problemas y nos separa del objetivo central de llevar en alto el nombre de Bolivia, y ser dignos de llamarnos el corazón de Sudamérica. Como diría Mahatma Ghandi: “La violencia es solo el miedo a los ideales a los demás” …
OPINIÓN